Mayo de 1998
Verla, era como mirar a Dios:
mi madre era santa, buena;
que heredó de mi abuela
un manantial de ternura
que no secaron las penas.
No sé cómo poderle cantar,
no me vienen las palabras
y también el llanto me ciega,
pero cerrando los ojos,
así la puedo mirar.
Ella era tan dulce
como la miel de mi tierra,
y tenía en su corazón,
toda la ternura
que el mundo encierra.
Por eso viven en mis recuerdos
sus dulces ojos,
su mirada buena,
sus manos suaves,
su voz serena.
Era la dulzura hecha mujer,
era la hermosura de un amanecer.
Era un ángel que cuidó de mis pasos,
me quitó las piedras y espinos del camino,
secó las lágrimas que puso en mis ojos el destino,
y me enseñó a rezar, amar y perdonar.
Yo soy su sangre.
ella era mi madre.